lunes, 21 de octubre de 2013

El primero de muchos



¡Lo terminé, lo terminé! Palabras que apenas pudieron salir de mi cerrada garganta cuando le llamé a mi mamá en un mar de efusivas lágrimas para avisarle que estaba bien.

Cuatro meses de entrega, disciplina, dolor, esfuerzo y aprendizaje me llevaron a una gran fiesta, el maratón de Chicago y en efecto, como dice Alex Lara un buen amigo, el maratón se corre durante el entrenamiento, el día de la competencia es sólo la fiesta.

Un mes antes de la fecha esperada no hice más que latiguearme con el ¿podré? Todos los días me bañaba en duda, miedo y desconfianza, incluso llegue a pensar en desertar pero no podía hacerle ver a mi hija que tomar el camino fácil era lo apropiado así que me apreté bien las lycras y vi pa´lante. La mayor distancia que hice durante el entreno fueron 26 km. por lo que lograr 42.195 km. con un pie lastimado sería un gran reto… y regresa la burra al trigo, ¿podré?

Viernes 11 de Octubre por la madrugada llego de malas, sensible y con un catarro marca diablo a Chicago, aún no me cae el veinte de que voy a una fiesta, sólo pienso en que tengo que dormir, hidratarme, comer bien y NO caminar mucho, mi cabeza estaba puesta ahí hasta que llegamos al McCormick Place Convention Center a recoger los paquetes. Al tener mi número de competidor en  las manos, literal, me puse la camiseta y a partir de ese momento no paré de sonreír y mostrar alegría por el gran reto que tenía frente a mi, descubrí que tan poderosa puede ser la mente ya que hasta el dolor de pie con el que llegué había desaparecido, a partir de ese momento comenzó mi fiesta. 

La noche previa al maratón Rosy, una querida amiga que luchó y le ganó al cáncer me movió fibras sensibles e hizo que en ese momento tomara papel y pluma y le diera sentido a cada uno de los 42 kilómetros que iba a recorrer.

Inmediatamente se me vinieron a la cabeza los rostros de las personas que corrieron conmigo durante los cuatro meses de entrenamiento, así como los motivos por los que debía terminar. Una vez completadas mis dedicatorias, decidí cerrar los ojos y descansar pero mi mente no se pudo apagar.

El día del maratón
 
Con escasas horas de sueño me levanto entusiasmada por vestir la playera con mi nombre y la bandera de México. Llegué mucho tiempo antes de mi hora de salida, los nervios comienzan atacar, las ganas de hacer pipi no paran y mi último llamado al corral se escucha, ¡Auch! Allá vamos… Arranco y decido disfrutar, disfrutar de la ciudad, de la gente que te echa porras, pero sobretodo disfrutar de lo que más me gusta hacer: correr.

Dicen que el maratón se corre con las piernas, el corazón y la mente siendo ésta última “ultra” poderosa así que me dispuse a engañarla. Para mi las distancias se miden en kilómetros, mi cerebro no registra millas por lo que resuelvo correr “26” simplemente le dije a mi cabecita ¡Vamos por 26! ¿26 qué? No sé… sólo sé que vamos por 26. De esta manera jamás me enteré en que kilómetro iba y logré esquivar eso que llaman pared.

Después de más de cinco horas, alcanzo a ver un letrero que dice <800m> supuse que ya sólo faltaban 800 metros para la meta ¡y sí! en ese momento no sé de donde me brotó un cúmulo de energía y aumenté mi velocidad llegando a la meta con un sprint.

Sentía exagerados aquellos comentarios que comparaban el terminar un maratón con parir un hijo, hoy ya me tocó vivir ambas experiencias, y me pongo del lado de esos exagerados. Las dos situaciones me han provocado un sentir inexplicable.

Aprendí entre muchas otras cosas que puedo lograr todo aquello que me propongo, que los límites se rompen con un simple querer y que esa famosa pared de la que todos hablan la viví durante 36 años y hoy, ya la brinqué.

Gracias por correr conmigo

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