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Durante estas vacaciones reiteré mi gusto por la comida de verdad. Por segunda vez visité un resort donde todo lo que comes y bebes esta incluido. La oferta de un buffet lleno de coloridos y bastos platillos me hizo pensar que rompería por algunos días con mis acostumbrados hábitos de alimentación y -tristemente- por más que lo intenté, no lo logré.
Toda la comida expuesta (incluso la fruta) me sabía fake y seguramente porque así es. Para minimizar costos algunos servicios de alimentos utilizan ingredientes que alteran el volumen y el sabor de la comida lo que disminuye su calidad; aunado a que la mayoría de los platos son grasos, esto con el fin de mantenerte “lleno” por más tiempo.
Mi diablo interno intentaba alejar los conocimientos de nutrición para poder deleitar del atractivo buffet como el resto de la gente, pero ese intento resultaba inútil cuando además de que la comida que servían no me gustaba, después de comer me sentía hinchada, mal humorada, con flojera y dolor de estómago.
Mientras soportaba un mal de puerco me pregunté ¿por qué a la mayoría de la gente le sabe bien ese tipo de comida? La respuesta es sencilla y no tiene mayor ciencia, se trata de hábitos y costumbres los cuales resulta difícil -aunque no imposible- cambiar. Hoy en día estamos mayormente expuestos a consumir alimentos “paquete” llenos de sodio, azúcar y grasas saturadas por lo que a nuestro paladar cada vez le gusta menos lo natural e incluso dejamos de percibir algunos sabores.
Modificar hábitos alimenticios es difícil pero no imposible, comienza por hacer pequeños cambios, por ejemplo, en lugar de decir “ya no voy a tomar refresco” inicia sustituyendo un vaso de refresco por uno de agua al día, así el cambio será real y poco a poco acostumbrarás al paladar. Pequeños cambios, grandes diferencias.
Somos lo que comemos vs. lo que gastamos